lunes, 14 de octubre de 2013

Los primeros templos cristianos

Hasta la paz de la Iglesia no existe una arquitectura cristiana que constituya tipos artísticos concretos y tenga en ellos su funcionalidad litúrgica explícita y apropiada. Toda la Iglesia preconstantiniana se resume en los famosos tituli romanos, llamados de formas distintas: loca ecclesiastica, Domus ecclesiae o Domus Dei desde el siglo III. Estos loca ecclesiastica eran propiedad de las comunidades y estaban situados, por lo general, en edificios privados.

Este estado de clandestinidad y de silencio de la Iglesia del siglo III va a cambiar radicalmente con el edicto de Constantino del 313 y con el proteccionismo del emperador y de su familia, en particular de su madre Santa Elena, al desarrollar una política directora de la Iglesia que llevará a la monarquía teocrática. Constantino, los monarcas posteriores y gran parte de los obispos de la nueva Iglesia protegen el culto y son propulsores de grandes construcciones.

En un intento de rápida síntesis sobre la génesis de esta arquitectura cristiana, podemos decir que la primera mitad del siglo IV significa el momento un tanto explosivo de su creación por impulso imperial y en centros a veces muy alejados entre sí, particularmente Roma, Palestina -Jerusalén y Belén- y Constanti-nopla, sin olvidar las construcciones en las grandes ciudades del Imperio como Tréveris o Aquilea. Pero este momento no creará tipos fijos y seguros. Estos llegarán en la segunda mitad del siglo IV, cuando en Roma se repitan, hasta convertirlas en norma, ciertas estructuras basilicales como San Pedro y San Pablo, fijando arquitectónica y litúrgicamente las variantes creadas por los arquitectos constantinianos.

Pero esta segunda mitad del siglo IV verá aparecer otro gran impulsor en Milán, la ciudad que adquiere suma importancia desde Galieno y que albergará la corte hasta principios del siglo V, cuando en 405 Honorio la trasladará a las marismas de Ravena. Este arte oficial de Milán, iniciado antes de San Ambrosio, tendrá en este gran obispo y pensador uno de sus máximos impulsores, que lo llevará a nuevas y trascendentes creaciones arquitectónicas de amplia difusión en la Italia del Norte, Provenza y norte de Hispania.

El templo cristiano se llamó muy pronto basñica, con referencia a Dios como basileus (rey, en griego). Se trata de construir un ambiente donde quepan lo funcional y el significado espiritual, no en vano es la Casa de Dios.

Así se han podido presentar como modelos anteriores la casa privada -los tituli, de los que hemos hablado-, los grandes edificios públicos como termas, basílicas forenses o jurídicas -así, el templo de Leptis Magna-, otros edificios religiosos anteriores, como mitreos o sinagogas, o señalarse un origen palatino en el caso de San Juan de Letrán, en Roma, y en el de la basílica doble constantiniana de Tréveris. Para otros investigadores, la nave del templo derivaría del peristilo del palacio imperial, como el del palacio de Diocleciano en Split (Spalato), ya que la basílica ha podido tener una función paralela a la del aula regia de audiencias del emperador. Incluso se ha pensado que el ejemplo de Split podría haber creado, por unidad entre construcciones alrededor de un patio, el tipo llamado hipetral o basílica discoperta.

Los ejemplos romanos que ha puesto en contacto edificios paganos y templos cristianos son, entre otros, el llamado titulus equítii, que se halla en una habitación privada; la basílica de la Santa Cruz, en el palacio Sessoriano, y la de Santa Pudenciana, en las termas de Novato.

El tipo de basílica romana creado a lo largo del siglo IV tendrá tres naves con ábside y cubierta a doble vertiente, sin utilizar las bellas bóvedas de la arquitectura monumental romana. Las naves están separadas por columnas y arcos, como en Split o en Leptis Magna, y algunas veces la mayor altura de la nave central condiciona una doble hilada superpuesta como en Leptis Magna o en la basílica Ulpia de la misma Roma.

Este esquema presenta bellas variantes, principalmente en las basílicas de cinco naves, cuyo mejor ejemplo es San Pedro del Vaticano, fundación cons-tantiniana, y San Pablo Extramuros, que en tiempos de Teodosio, a finales de siglo, la imita. También hay cinco naves en San Juan de Letrán, iglesia palatina de Constantino. San Pedro y San Pablo Extramuros tenían un gran atrio con cuadripórtico. San Sebastián tendría deambulatorio periférico, alrededor del ábside, para peregrinos. Santa Sabina y San Vital poseen nártex para catecúmenos, y San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano, San Pablo Extramuros y San Pedro in Vincoli tienen transepto o crucero, elemento importantísimo.

Los más viejos transeptos fechados corresponden a las construcciones constantinianas de Santa Tecla de Milán y de San Juan de Letrán, que es un poco posterior. El transepto hace más visible y asequible el altar y, en el caso de San Pedro del Vaticano, la memoria del Apóstol, facilitando así la funcionalidad de las típicas iglesias de peregrinos.


Cristo como cordero místico, mosaico del baptisterio de San Juan de Letrán en Roma.
Data del siglo V y cubre la cúpula del baptisterio de la capilla de San Juan Evangelista, construida bajo el papado de san Hilario (461-468).



El Líber pontificalis atribuye a la iniciativa y protección de Constantino la construcción en Roma de una serie de templos, el primero y más antiguo de los cuales es San Juan de Letrán, junto a su propio palacio, con un baptisterio circular, más tarde totalmente reedificado. San Juan se fecha antes del 324, quizás entre 312 y 319 y le siguen las basílicas de San Pedro en el Vaticano; la de la Santa Cruz, en el palacio Sessoriano; la de los Santos Pedro y Marcelino en la Vía Labicana; la basílica de Santa Inés en la Vía Nomentana, con el bellísimo mausoleo de planta circular, hoy iglesia de Santa Constanza.

Un programa semejante se hizo extensivo a todo el Imperio. En Palestina empezó después de la peregrinación de Santa Elena del año 326. En Constantinopla seguirá a la fundación de la ciudad en el año 330. También construyó en Tréveris, capital tetrárquica de su padre, donde el propio emperador y sus sucesores residían largas temporadas. Todos estos templos demuestran la diversidad de las soluciones arquitectónicas ofrecidas por los arquitectos de la casa imperial. Así, las basílicas palatinas de San Juan de Letrán y de Tréveris son diferentes.

Distinta y también única gran iglesia constantiniana en Occidente con el cuerpo do un mártir, la basílica de San Pedro se convertirá en el paradigma de la construcción posterior hasta muy entrado el mundo medieval. Su fecha al parecer debe situarse entre el 324 y 330, antes de la fundación de Constantinopla. Si en este grandioso templo la solución martirial se encuentra en una estructura de basílica de cinco naves con transepto, los martyria de Tierra Santa crean el tipo de planta central, que tantísima influencia estaba destinado a tener en la Europa cristiana. La iglesia de la Natividad de Belén, fechada hacia el año 333, añade a su estructura basilical alargada, de cinco naves y pórtico cuadrado, una gran cabecera octogonal flanqueada mediante pastoforias. El templo del Santo Sepulcro es un gran edificio incluido en una fábrica rectangular que, en su parte delantera, tiene una basílica de cinco naves con pórtico y ábside saliente, y detrás una gran rotonda que, dentro de una columnata, encierra la reliquia del sepulcro del Señor, el Martyrium por antonomasia.

Estas construcciones de Palestina permiten seguir el tipo del heroon imperial romano, y sus antecedentes pueden hallarse fácilmente en los edificios termales y en los grandes mausoleos que se construyeron desde el siglo II hasta la época de las tumbas imperiales de Split o de Salónica. Esta tradición funeraria continúa en Roma y fuera de ella. Más tarde aún, continuará en los mausoleos de la dinastía de Honorio, de principios del siglo V, junto al transepto de San Pedro del Vaticano.

No es éste lugar para describir las arquitecturas de Constantinopla, donde surgen nuevas formas, como la iglesia de los Apóstoles, pero es necesario consignar que si bien por una parte Constantino dio libertad a los arquitectos de los distintos puntos del Imperio para que ejecutaran sus obras, por otra existía un elemento uniformador en el hecho que los talleres del propio emperador enviaban capiteles y columnas labrados a las distintas construcciones imperiales.

Milán hereda en la segunda mitad del siglo IV el papel creador constantiniano de la arquitectura cristiana. Esta vez un obispo, San Ambrosio, convertirá la ciudad imperial en el centro espiritual de Occidente. Ambrosio está en la línea de los grandes constructores que impulsan y edifican como era tradición en la casa imperial, pero la originalidad milanesa empieza antes de su obispado. En Milán se conservan en pie tres de los ocho edificios existentes a la muerte de San Ambrosio, cuatro de los cuales fueron construidos por él mismo: la iglesia del Salvador (después San Dionisio), la iglesia de las Vírgenes (hoy San Simpliciano), la de los Apóstoles (hoy San Nazario, del 382) y la de los Santos Mártires (o primer San Ambrosio, del 386), aparte de baptisterios y mausoleos. Antes se había edificado la basílica Vetus, la basílica Nova o Santa Tecla, de fecha no anterior al 313 y muy romana en su estructura de cinco naves con transepto, y el extraordinario conjunto de San Lorenzo, fechado recientemente entre los años 355 y 372, uno de los edificios más singulares del siglo IV.


Baptisterio de los Arrianos, en Ravena.
Fue construido a fines del siglo V, bajo el reinado del ostrogodo Teodorico. Su estructura original adopta la forma centralizada característica de los primeros baptisterios y martyria cristianos, sobresaliendo del conjunto su gran cúpula.

San Lorenzo está formado por un octógono de planta central con exedras y torres angulares, precedido de un amplísimo pórtico cuadrangular con columnas y nártex; y, frente a ellos, un pórtico colum-nado exterior con entrada triunfal, a la manera del llamado frontón siríaco. Entre el pórtico y la iglesia, el nártex termina en dos exedras.

Es un elemento nuevo en la arquitectura cristiana, que será más adelante, sobre todo en el siglo VI, consustancial con las construcciones occidentales. En el siglo IV este elemento aparece ya en Santa Constanza de Roma, en la basílica preteodoriana de Aquilea e incluso en San Gereón de Colonia.
El templo se construyó en época arriana, bajo el obispo Ausencio de Capadocia, y más adelante fue entregado a los católicos. Su planta central recuerda iglesias orientales como la catedral de Bosra y el martyrium de Seleucia, pero no es fácil determinar si se trata de una derivación o de una anticipación de los modelos bizantinos, aunque la línea occidental romana anterior a ellos la encontremos en Santa Constanza y en el baptisterio lateranense, lo cual presupondría la auténtica creación del tipo.

También tiene interés la anterior Basílica Apostolorum, hoy San Nazario, obra de Ambrosio, del año 382, de muy original planta cruciforme, que -excepto el templo de los Apóstoles de Constantinopla, construido por Constantino como mausoleo reales el ejemplo más antiguo de esta estructura que estaba destinada a tener gran trascendencia posterior.

San Ambrosio es el creador del baptisterio octogonal que edificó en el año 386 junto a la cabecera de Santa Tecla y cuyo simbolismo explica en sus textos. Este edificio deriva de prototipos funerarios imperiales y tuvo gran trascendencia en todo el norte de Italia y en Provenza, llegando a Cataluña con los ejemplos de Santa María de Tarrasa y catedral de Barcelona.

Mientras Milán crea sus tipos nuevos fuertemente expansivos, Roma, a finales del siglo IV y durante el siglo V, estabiliza las estructuras cortesanas anteriores. No hay que olvidar el saqueo de la ciudad en el año 410 por los godos de Alarico. A la protección áulica seguirá la eclesiástica. En este proceso hay que colocar ante todo el grandioso templo de San Pablo Extramuros en la Vía Ostiense, copia del de San Pedro, construido desde Valentiniano II y continuado bajo Teodosio y Arcadio, terminándose hacia el año 440, en tiempos de Honorio. Se ha considerado, con sus cinco naves y transepto continuo, como el ejemplo más perfecto de basílica romana. Un voraz incendio lo destruyó y hoy aparece totalmente restaurado. Más adelante, los edificios se construyen por iniciativa pontificia.

El prototipo se repite en Santa María la Mayor, obra del papa Liberio entre 352 y 366, pero su planta se simplifica a tres naves, fórmula más esquemática y continuamente repetida que nos llevará al magnífico equilibrio de proporciones de la basílica de Santa Sabina en el Aventino. Santa María la Mayor fue modificada por el papa Sixto III (432-440) y conserva en su interior bellísima ornamentación de mosaicos.

Sixto III es el impulsor de un renacimiento de formas anteriores, patente también en la construcción del nuevo baptisterio de San Juan de Letrán, encima de los cimientos del constantiniano. Tiene planta central, piscina octogonal con ocho columnas y ventanas con linterna.

El tipo establecido antes, desde los edificios de San Pablo Extramuros a Santa María la Mayor, se consolida en Santa Sabina y en una larga lista de templos bastante modificados en el Renacimiento, como San Clemente, San Sixto Vecchio, Santa Pudenciana. Más tarde, durante los siglos VI y VII, Roma recibirá un fuerte influjo oriental.

En Ravena, del primer cuarto de siglo, entre 402 y 425, es el templo de la Santa Cruz, de influencia milanesa. Tenía planta cruciforme precedida por un gran nártex, en uno de cuyos extremos está el llamado mausoleo de Gala Placidia. La línea exterior, sencillísima, viene compensada por la brillante policromía de los mosaicos del interior, del más puro espíritu áulico.

Este mausoleo de Gala Placidia fue construido para albergar las sepulturas de Honorio, de Gala Placidia y de su esposo. La planta basilical normal aparece en la catedral vieja, de cinco naves, construida por Honorio en tiempos del obispo Urso.Tres naves tendrá el templo de Gala Placidia dedicado a San Juan Evangelista en el año 425, y las basílicas del Santo Espíritu, Santa Ágata y las dos de San Apolinar (San Apolinar Nuevo, basílica áulica del godo Teodorico, y San Apolinar in Classe, construido por el obispo Ursicinus en 534-538) que enlaza con el período del Exarcado. El tipo de planta romana o milanesa es claro en todas ellas, excepto en San Apolinar in Classe, que tiene pastoforias a los lados del ábside, dependencias que también se añadieron a la estructura original de San Juan Evangelista.


Nave anular de Santa Constanza, en Roma. Detalle de los mosaicos del siglo IV que cubren las bóvedas de la nave anular.
Se puede ver como se mantienen los temas propios de la ornamentación y del gusto clasicista, aún en un contexto específicamente cristiano. Los motivos de estos mosaicos consisten en representaciones de elementos vegetales, aves, "putti" o incluso Cupidos en la vendimia, dispuestos sobre un fondo de color blanco que contrasta con los fondos dorados que progresivamente se fueron difundiendo e imponiendo en los mosaicos paleocristianos y bizantinos.


Fuente: Historiadelarte.us

El arte asturiano o arte astur

El arte asturiano o prerrománico asturiano es un estilo artístico englobado dentro del prerrománico y que se localiza en la Península Ibérica adyacente al mar Cantábrico, libre de la ocupación musulmana, entre finales del siglo VIII y comienzos del X en que es absorbido por el arte románico venido de Francia.

Aunque es sucesor del estilo visigodo, no puede decirse que el asturiano sea heredero legítimo suyo, pues no conserva sino accidentalmente alguno de sus elementos principales como es el arco en herradura y si bien al principio debió ser una imitación paupérrima del mencionado arte, muy pronto se manifiesta con nuevos y originales elementos acaso importados de Oriente o de Lombardía que singularmente lo realzan y lo denuncian como precursor del románico.

Características

Las características que identifican al arte asturiano son:

• El deseo de rememorar las glorias del reino visigodo de Toledo, del que se consideraban herederos.
• La íntima relación con el poder regio (se ha denominado también arte de la monarquía asturiana).
• Predominio de la arquitectura, fundamentalmente abovedada, sobre las demás artes. Dentro de la arquitectura destacamos las siguientes notas:
• El sillarejo, la mampostería y el ladrillo en los muros, reservando los sillares para las esquinas y los elementos de refuerzo.
• El arco de medio punto, peraltado o no, y la bóveda de cañón, reforzada mediante arcos fajones o totalmente despejada.
• El muro compuesto (arquerías ciegas en el interior y estribos o contrafuertes en el exterior).
• La decoración interior con pinturas al fresco de temática diversa, habitual en el arte carolingio; baste recordar que Alfonso II el Casto (791-842) era contemporáneo de Carlomagno.
• Las basas decoradas, los fustes sogueados y los capiteles enriquecidos, todo ello para realzar las columnas.
• En los edificios religiosos y de manera predominante, la planta basilical de tres naves (separadas por arquerías sobre pilares) y cabecera tripartita, con ábsides de trazado rectangular, siendo el central el más amplio.
• En la parte superior del ábside central, una cámara del tesoro abierta al exterior por una ventana sin comunicación interna (en el visigodo lo era desde el interior), y cuya función no se ha podido precisar, aunque podría ser un mero recurso plástico para mantener la armonía de los volúmenes exteriores del templo.
• Sacristías laterales.
• Pórtico a los pies del templo.
• Sistema de contrarrestos o contrafuertes, ejemplo en San Miguel de Lillo.


Etapas

El arte asturiano ofrece los dos tipos o formas que ya se notaron distintas en el estilo visigodo, pero que en el asturiano se precisan más todavía: el tipo latino y el tipo bizantino. Uno y otro admiten columnas y pilastras y también semicolumnas adosadas al muro y trabadas con arcos, formando así el muro compuesto y preludiando el pilar compuesto de la arquitectura románica el cual aparece ya completo en la arquitectura mozárabe del siglo X. En ambos tipos se hallan arcos de medio punto y peraltados pero no de herradura sino por excepción (salvo los ajimeces) y arcos también de descarga en los muros y contrafuertes o estribos exteriores.

En uno y otro se observan cancelas o antepechos de piedra ornamentada en el ingreso del ábside llamada iconostasis, capiteles algo historiados y que se apartan de la idea clásica, ventanas ajimezadas y con ornamentación de piedra calada o celosía, pequeños rosetones, ornamentos de toscas figuras, de tallos serpenteantes, de rosetoncillos variados, de cables y trenzados y otras labores de estilo visigodo.
Según esto, dividiremos este arte en varias etapas:


Primeras obras del arte asturiano

La iglesia de la Santa Cruz en Cangas de Onís, originalmente construida sobre un dolmen prehistórico, y reconstruida tras la destrucción que sufrió en la guerra civil.
La iglesia de San Juan, en Santianes de Pravia, edificada por orden del Rey Silo. En esta aparecen prácticamente todos los elementos del prerrománico asturiano, aunque en esencia sigue a lo visigodo.


Prerramirense o alfonsí

Nos referimos aquí al periodo comprendido entre 791 y
842, reinado de Alfonso II, quien intentó emular a

Toledo. Trasladó la capital desde Pravia a Oviedo[1][2] En las iglesias antiguas de Asturias se constituye por la adopción de planta basilical con tres naves por lo común con sus ábsides cuadrados y su ventana en cada uno. Se cubren éstos con bóveda de cañón y las naves con armadura de madera.

Este rey construye la Cámara Santa, único resto del recinto palatino que queda en la Catedral de Oviedo. Es un pequeño edificio de dos plantas, la segunda, el oratorio, reformada en época románica, cuando se añadió la bóveda de cañón, y la primera abovedada, destinada a guardar reliquias. También se construyó la cripta de Santa Leocadia.

También hizo construir cerca de la capital, la iglesia de San Julián de los Prados, o de Santullano, templo espacioso que presenta claramente definidos los caracteres propios de este estilo. Tiene planta basilical de tres naves, separadas por pilares cuadrados que sostienen arcos de medio punto, y presenta un transepto con un remarcado alzado. El iconostasio o iconostasis, que separa la parte reservada al clero del resto del templo, presenta una remarcable similitud con un arco triunfal. Destaca de este templo su grandiosidad y su originalidad, que se apartan de modelos visigodos. Pero sin duda, lo que más atrae es su decoración pictórica, con pinturas al fresco (estucos, con más propiedad) en
tres cuerpos superpuestos, anicónicas, con decoración arquitectónica, de claro influjo romano. Se trataría más bien de un templo monástico y no palatino, si bien que estaba reservada para el rey una tribuna en el transepto.

Pertenecen también a este periodo la iglesia de San Tirso y Santa María de Bendones.



Ramirense

Con Ramiro I (842-850) alcanza el arte asturiano su máxima expresión, a pesar de lo breve de su reinado, representando las construcciones del monte Naranco su mejor exponente. Adopta la planta cuadrada o de cruz griega, el ábside cuadrado, también con ventana, la bóveda de cañón para cubrir todas las naves y los arcos fajones o perpiaños para sostén o refuerzo de las bóvedas.
Empezando por la Iglesia de Santa María del Naranco, diremos que se considera como Salón del Trono o Aula Regia del rey Ramiro (aunque la ausencia de un ábside para ubicar el trono parece dificultar esta utilización), su residencia suburbana y como tal fue restaurada, a partir de su reutilización como iglesia rural. La planta inferior es una sala cubierta con bóvedas, sin ventanas, diferenciada en tres ámbitos: el central para guardia y servidumbre, otro para capilla real privada, y otro con un aljibe; la superior, a la que se accede por unas escaleras de fábrica exteriores, es un gran salón rectangular con bóveda de cañón y arcos fajones o perpiaños, abierto en sus extremos por una triple arcada. La decoración es netamente nórdica o germánica, con arcos muy peraltados y molduras talladas imitando obras en madera u orfebrería.

San Miguel de Lillo era la iglesia palatina de Ramiro I, como lo atestigua su decoración escultórica, y en ella se conservaba un trozo de la Santa Cruz, la reliquia más sagrada del tesoro visigodo. Sus características principales son el abovedamiento, la esbeltez de los soportes y la tribuna destinada al monarca. Tenía tres naves, pero sólo se conservan el pórtico con dos cámaras y el primer tramo de las naves. Debemos destacar las jambas de sus puertas, que posiblemente incluyen una representación del propio monarca, cuya decoración
anuncia el periodo románico.

Santa Cristina de Lena, de posible origen visigodo, reformada por Ramiro I. Su característica principal es su iconostasis, formado por tres arcos de piedra sobre cuatro columnas de mármol, con elementos visigodos, que separaba al presbiterio de la nave principal.
Las características de las construcciones que acabamos de enumerar han hecho que algunos autores hablen de prerrománico o protorrománico, y aunque, en efecto, sus formas y soluciones arquitectónicas parecen indicarlo así, lo cierto es que el auténtico románico hispano tuvo unas fuentes distintas.



Postramirense

Incluimos aquí el reinado de Alfonso III el Magno (866-910), que recibió influencias directas visigodas, debido al contacto con construcciones de ese período, al ser repoblada la península con el avance cristiano y el repliegue musulmán. Otros autores hablan de un estancamiento o aislamiento del arte astur.
San Salvador de Valdediós (siglo IX) es un templo de tres naves cubiertas con cañones axiales, cabecera triple, con cámaras abovedadas por encima de los ábsides cuadrados y pórtico lateral añadido posteriormente, lo que se convirtió en una constante en la arquitectura hispana; en las ventanas hay calados de piedra con dibujos como las cadenas de las coronas de Guarrazar. Está muy influida por el arte mozárabe.

La iglesia de Santo Adriano de Tuñón poseía una estructura de tres naves, separadas por pilares, pórtico tripartito y cámaras en los extremos de las naves laterales. Este templo es el que más se aparta de las
tradiciones del arte astur clásico.

Pertenecen también a este periodo San Salvador de Priesca, Santiago de Gobiendes, San Pedro de Nora, la iglesia de Deva (siglo X), la iglesia de San Salvador de Fuentes (de principios del siglo XI) y otras obras de menor importancia.


Artes menores

Todos estos edificios que acabamos de enumerar estaban profusamente adornados, según consta en algunos viejos dibujos, copiados de sus grandes pinturas murales (de tradición tardorromana), hoy desaparecidas. Tan solo la orfebrería que ha llegado hasta nosotros, toda de carácter religioso, nos ofrece el auténtico panorama de este arte.

Comenzamos por la Cruz de los Ángeles, que Alfonso II mandó hacer en 808 para la catedral de Oviedo, con una amenazante inscripción: quienquiera que osase quitármela de donde mi libre voluntad la donare, sea fulminado por el rayo divino. Es un relicario en forma de cruz griega, que recuerda prototipos hispanogodos o carolingios, con un disco en el centro; el alma de madera va chapada en oro y engastada en pedrería.
Más grande, elegante y suntuosa es la Cruz de la Victoria, donada por Alfonso III en 908, de estructura similar a la anterior, a la que se añadieron esmaltes.

La técnica (de origen bizantino a través de influjos mozárabes) empleada para esta cruz, fue utilizada posteriormente para la famosa Caja de las Ágatas, regalo de Fruela II en 910 a la Catedral de Oviedo, caja de madera con ónice, esmaltes en azul y rojo, piedras preciosas y esmaltes de metal, representaciones abstractas que evocan un lujo bárbaro que enlaza con la tradición visigoda aún más directamente que la arquitectura. Otra caja, la Arqueta de la catedral de Astorga evoca aún más la técnica y motivos de la Cruz de la Victoria, si bien se prefirió en esta ocasión la plata dorada, con representaciones de ángeles, el Cordero divino, y el Tetramorfos, entre motivos vegetales.



Lista de arte prerrománico de Asturias

Arquitectura

• Iglesia de Santullano o San Julián de los Prados (Oviedo)
• Iglesia de San Tirso (Oviedo)
• Fuente de Foncalada (Oviedo)
• Santa María del Naranco (Oviedo)
• San Miguel de Lillo (Oviedo)
• Cámara Santa de la catedral de Oviedo que se divide en: Cripta de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo Capilla de San Miguel en la catedral de Oviedo
• Torre vieja de San Salvador de Oviedo
• Santa María de Bendones (Oviedo)
• San Pedro de Nora (Las Regueras)
• Santo Adriano de Tuñón (Santo Adriano)
• Santa Cristina de Lena (Lena)
• Santa María de Arbazal (Villaviciosa)
• San Salvador de Valdediós (Villaviciosa))
• San Salvador de Priesca (Villaviciosa)
• Santiago de Gobiendes (Colunga)
• Santianes de Pravia (Pravia)
• Monasterio de Santa María la Real (Obona) (Tineo)


Restos arquitectónicos y escultóricos dispersos

• San Andrés de Bedriñana (Villaviciosa)
• San Martín de Argüelles (Siero)
• San Miguel de Villardeveyo (Llanera)
• Santa Eulalia de Morcín (Morcín)
• San Martín de Laspra (Castrillón)
• San Cipriano de Pillarno (Castrillón)
• San Lorenzo de Cortina (Avilés)
• San Francisco (Avilés)
• Santiago de Sariego (Sariego)
• San Román de Sariego (Sariego)
• Santo Tomás de Priandi (Nava)
• Capilla del cementerio de Nava (Nava)
• San Bartolomé de Puelles (Villaviciosa)
• San Martín de Villaviciosa (Villaviciosa)
• Iglesia de San Martín de Salas (Salas)
• San Miguel de Bárcena (Tineo)
• San Pedro de Ese de Calleras (Tineo)
• Tablero de cancel Prerrománico (Candamo)



Orfebrería

• Cruz de los Ángeles (Oviedo)
• Cruz de la Victoria (Oviedo)
• Arqueta o caja de las Ágatas (Oviedo)
• La fuente del Bayu (Mieres,Morcín)


Obras contemporáneas al arte asturiano

Fuera de Asturias, existen varias iglesias de este periodo sobre todo, en León, sin que pueda afirmarse de ellas que pertenecen al estilo asturiano. En su mayoría son mozárabes y las que no, resultan sencillas construcciones de tipo latino con alguna influencia bizantina.
• en León, la basílica de San Juan predecesora en los comienzos del siglo XI de la actual Basílica de San Isidoro aunque sólo daten de esta época algunos restos y quizá alguna parte de su famoso Panteón de los Reyes.
• en Navarra, la cripta de San Salvador de Leyre (siglo IX) con unos capiteles muy toscos, que de lejos imitan a los corintios pero de forma priramidal invertida.
• en Aragón, la cripta o iglesia inferior de San Juan de la Peña (siglo IX), y el conjunto de Iglesias del Serrablo situado en la margen izquierda del río Gállego, ambos ejemplos influidos por el arte mozárabe.
• en Cataluña, las primeras reconstrucciones de las iglesias visigodas de Tarrasa y la fundación de otras muchas, reedificadas posteriormente en estilo románico.
• en Zamora, las iglesias románicas de San Claudio de Olivares y de Santiago de los Caballeros, se repiten las arquerías en el presbiterio, a la manera de la cabecera de San Julián de los Prados.
También se construyeron algunas de tipo bizantino en esta última región, conservándose desde el siglo X (aunque con posteriores restauraciones) la de San Pedro de las Puellas, de Barcelona, con planta en cruz griega y cúpula sobre trompas. Otras iglesias que datan de fines del siglo X pertenecen ya al estilo románico o más bien al mozárabe.


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viernes, 9 de octubre de 2020

Especial Selectividad - Arte Mozárabe

 1 Contexto histórico   

La rápida expansión del Islam por el territorio peninsular fue facilitada por la debilidad de las comunidades hispanovisigodas y por una política de pactos que los musulmanes hacían con los jefes locales. Todo ello permitió la veloz ocupación conseguida por los ejércitos musulmanes que en tan poco tiempo habían alcanzado las tierras francesas, donde fueron finalmente frenados por los francos en la batalla de Tours y Poitiers (732). 

    Pero esta conquista no supuso la aniquilación de la población hispanovisigoda, aunque sí produjo, obviamente, un proceso de islamización. Aún así, los grupos que, pagando más impuestos, deseaban seguir siendo cristianos en territorio islámico, pudieron hacerlo, pasando a llamarse mozárabes. Estos grupos mantuvieron una estrecha relación con los nuevos ocupantes lo que se manifestará en sus formas artísticas. 

Pero no sólo son mozárabes los cristianos que viven bajo dominio musulmán sino aquellos que tras muchos años de vivir en Al-Ándalus emigran hacia territorios cristianos bien por algunas persecuciones religiosas que se dieron en épocas de integrismo islámico o bien atraídos por las “cartas puebla” de repoblación realizadas por algunos reyes cristianos. Así se explica la dispersión de los monumentos mozárabes: Valle del Duero y del Ebro, Cataluña, Andalucía, etc. Tampoco va a ser igual el arte mozárabe realizado en territorio islámico y el de repoblación, aunque ambos tienen pervivencias visigóticas mezcladas con influencias árabes.

Obras destacables del Arte Mozárabe


2 La arquitectura mozárabe

A la dispersión de los monumentos mozárabes hay que añadir su falta de unidad artística aunque sí existen algunas características generales: utilizarán el arco de herradura, más cerrado que el visigodo, tendiendo más al alargamiento de ½ del radio que es la medida utilizada por los musulmanes que a los 2/5 utilizados por los visigodos. Este arco se enmarca en un alfiz como en el arte musulmán. Utilizan también la bóveda de nervios de tipo califal y la gallonada. Si todo esto es de influencia islámica, los temas con los que adornan sus templos son visigodos.

Las iglesias suelen ser de tamaño reducido aunque con estructuras complejas y con una gran variedad de plantas: de una o varias naves, de cruz griega o de planta basilical, etc. Los muros son muy gruesos porque tienen una función sustentante y en ellos se utilizan todo tipo de materiales: ladrillo, mampostería, sillares, dependiendo de las características de la zona.

Entre los edificios más importantes del arte mozárabe destacan la iglesia de Bobastro, templo rupestre del siglo IX labrado en un peñasco y la iglesia de Santa María de Melque en Toledo. Ambas muestran claramente la huella visigoda y muy poca influencia musulmana por lo temprano de su construcción. Pero la más importante es la iglesia de San Miguel de la Escalada, monasterio construido cerca de León hacia el siglo X por los monjes cordobeses huidos de la represión religiosa que surge con la llegada del Califato, con Abderramán III y con Almanzor. Estos monjes aprovecharon los restos de una antigua iglesia visigoda y este templo es una buena muestra de esa arquitectura de repoblación que va a extenderse por todo el noroeste: San Cebrian de Mazote en Valladolid, San Miguel de Celanova en Orense, Santo Tomás de las Ollas en Ponferrada o San Pedro de Lourosa en Portugal.

San Miguel de la Escalada destaca por su sencillez constructiva a base de modestas columnas corintias, arcos de herradura lisos y paredes lisas también. Domina la sensación de amplitud espacial gracias, entre otras cosas a su cubierta plana de madera. El espacio está compartimentado en tres volúmenes sucesivos y decrecientes: nave central, naves laterales más bajas (planta basilical) y un extraordinario pórtico lateral que se abre al exterior mediante una galería de arcos y columnas y al interior por una puerta que da acceso al crucero. Tiene un crucero inscrito en planta y tres ábsides de los cuales, el central está separado por la iconostasis preceptiva del rito mozárabe, formada por tres arcos de herradura.

Iglesia de San Miguel de Celanova  (Ourense, 2ª mitad del S. X)

 Es, a pesar de sus pequeñas dimensiones, el mejor exponente de la arquitectura gallega del S. X. Su superficie (menos de 22 m2) y su altura (no alcanza los 6 mts), no son propias de una iglesia monacal sino más bien de una capilla u oratorio privado, probablemente en relación con la figura de San Rosendo (907-977), uno de los personajes más importantes de la Galicia del siglo X, emparentado con los reyes leoneses fue obispo de Mondoñedo y Santiago y fundador del monasterio de Celanova del que llegaría a ser abad y al que se retiró en sus últimos días.

    No obstante su reducido tamaño, la calidad constructiva es excepcional; el aparejo de sillería asentada en seco, las cubriciones (bóveda de cañón en la nave,  nervada en el crucero y de cascarón gallonado en el ábside), el cuidado en las proporciones y en los elementos decorativos, etc. nos muestran un maestro de obras y un taller -probablemente mozárabes venidos del sur- conocedores del arte islámico.

La planta no es basilical, como en S. Miguel Escalada, sino una simplificación del tipo cruciforme que aparece en otros edificios de la época como la iglesia de Santiago de Peñalba (León). Consta de tres cuerpos (nave, crucero y ábside) a diferentes alturas aunque el protagonismo lo tiene el crucero central cubierto con una bóveda de aristas sobre arcos apeados en modillones de rollos reforzada en el exterior con contrafuertes. La nave, a la que se accede por una puerta lateral, se cubre con bóveda de cañón y es reducidísima, lo mismo que el ábside (rectangular al exterior y circular por el interior como es habitual en la arquitectura de repoblación), un verdadero mihrab que se abre al crucero por medio de un arco de herradura enmarcado por un alfiz.

Las influencias del arte califal son evidentes en las cubriciones, los arcos de herradura con alfiz y especialmente en los modillones de rollos que sostienen el alero del tejado del cuerpo central, claramente inspirados en prototipos de la mezquita cordobesa

3 La miniatura.

Por último hay que destacar la miniatura mozárabe por ser la transmisora de este arte desde época visigoda hasta el románico. Los monasterios mozárabes serán centros muy activos de miniaturistas entre los que destaca el Beato de Liébana y su comentario al Apocalipsis (Biblioteca Morgan de New York). La miniatura mozárabe se caracteriza por su cromatismo intenso y su expresionismo que puebla las ilustraciones con figuras fantásticas, alejadas del naturalismo clásico.


martes, 20 de mayo de 2014

Imperio Bizantino

INTRODUCCIÓN.

El Imperio bizantino fue fundado en el año 395 al dividirse el Imperio romano y otorgarse la paz oriental, tras la caída de las regiones occidentales del mismo en el siglo V. Fue llamado Imperio bizantino ya que el antiguo nombre de la capital era Bizancio. Fue a lo largo de más de mil años el eje de una civilización que, conservando el recuerdo de la vieja Roma, fue, no obstante, griega y oriental. La armonía inicial entre Iglesia y Estado permitió que la primera época del imperio (entre los siglos IV y VI) fuera de esplendor. Las Cruzadas sometieron a un esfuerzo excesivo los territorios de Bizancio durante el siglo XI y precipitaron la decadencia del Imperio. Constantinopla, la capital, fue saqueada en 1204 por los cruzados venecianos y conquistada en 1453 por los turcos otomanos.

El Imperio bizantino ocupaba el sureste de Europa, el suroeste de Asia y el noreste de África. El griego era la lengua principal.


ETAPA INICIAL.

Se incluyó la creación de un sistema monetario. Las grandes propiedades dominaban el mundo rural y aunque los elevados impuestos tuvieron como consecuencia el abandono de la tierra, la agricultura permaneció como la principal fuente de riqueza del Imperio. La Iglesia y la Corona adquirieron vastos territorios, convirtiéndose de este modo en los mayores terratenientes del Imperio. Una rigurosa regulación imperial sobre la pureza y suministro de los metales preciosos, al igual que sobre la organización del comercio y la actividad artesanal, caracterizaron la vida económica. Los gastos ocasionados al construir edificios públicos e iglesias, agotaron los recursos económicos del Imperio a la vez que distintas plagas acababan con su población.


ETAPA MEDIA.

El Imperio sobrevivió a las migraciones, pero no pudo recobrar y gobernar todo el Mediterráneo.

Muchas de las características del Imperio y de su cultura cambiaron. La mayor parte de los Balcanes se perdieron. El agotamiento producido por las guerras ocasionadas y las ásperas disputas religiosas entre sectas cristianas rivales, hundieron las defensas y la moral bizantinas, dejando al Imperio en condiciones muy precarias para hacer frente a otros problemas.

Los ejércitos del Imperio bizantino se organizaron unos distritos militares; los soldados de estos ejércitos adquirieron tierras exentas de impuestos y preservaron el corazón del Imperio, a la vez que evitaban la ruinosa pérdida de dinero que había supuesto los ejércitos asalariados del periodo anterior a las invasiones. La vida urbana y el comercio decayeron. La situación bélica y la consecuente inseguridad inhibieron a la agricultura y a la educación. El Imperio, con unos recursos limitados, no pudo mantener por más tiempo la integridad territorial, las infraestructuras y la complejidad del Imperio tardo romano. Aún así logró subsistir y adaptarse a sus limitadas circunstancias.


RECONQUISTA.

Al inicio del siglo IX, la vida intelectual revivió: se copiaron y extractaron antiguos manuscritos; se cambiaron a máquina las enciclopedias y obras de referencia; las matemáticas, la astronomía y la literatura recibieron otra vez una gran atención. El renacimiento cultural estuvo acompañado por un retorno consciente a los modelos clásicos en el arte y en la literatura. El comercio exterior también se intensificó en el Mediterráneo y en el mar Negro.

Los esfuerzos de todas las dinastías para invertir la creciente concentración de tierras en las manos de unos pocos propietarios y de la Iglesia, fracasaron en última instancia. Aunque sustituyó a muchas viejas familias por un nuevo grupo de familias leales, su creciente riqueza y poder perjudicó de forma notable a los ingresos, a la autoridad del Estado y a los recursos militares del Imperio.

Tras el rechazo de unos nuevos progresos tecnológicos, culturas y económicos por parte de algunos emperadores, se le ha de sumar las últimas perdidas de posesiones.


DECADENCIA Y CAÍDA.

Las ciudades mercantiles italianas recibieron especiales privilegios comerciales en territorio bizantino, controlando así gran parte del comercio y de la riqueza del Imperio. Bizancio experimentó cierta prosperidad, pero su poder político y militar se desvaneció. Las condiciones agrícolas empeoraron para la población rural. Los turcos conquistaron los restos del Imperio y después en 1354 ocuparon los Balcanes y finalmente tomaron Constantinopla, lo que supuso el fin del Imperio en 1453.


LA FUNCIÓN DEL IMPERIO.

El Imperio bizantino fue regido por unos emperadores autocráticos, que constituían la fuente de la autoridad gubernamental. Ellos fueron los responsables de mantener la doctrina religiosa ortodoxa, situando toda la fuerza del poder imperial bajo una uniformidad doctrinal. Los emperadores lucharon por esa uniformidad, en parte para obtener el apoyo de la Iglesia, pero también porque creyeron que la supervivencia y el bienestar del Imperio dependían del favor divino. Se creo la política contraria al uso de imágenes en el culto, por ello hubo consecuencias entre la religión y el arte. El emperador, encarnación viviente del derecho, emitió leyes y era el último intérprete del derecho civil; él tenía la última palabra en casi todas las cuestiones. Fue uno de los más importantes protectores del arte y arquitectura bizantinos.


EL LEGADO BIZANTINO.

En este apartado se relata lo que se deja o se transmite a los sucesores.

Esta concepción de la autoridad imperial, la creación del alfabeto cirílico realizada por los misioneros bizantinos para los pueblos eslavos, así como la conservación de antiguos manuscritos griegos y de la cultura han sido las más importantes contribuciones del Imperio bizantino a la posterioridad. El resurgimiento de aspectos del clasicismo griego, especialmente el enciclopedismo, la historia, literatura, filosofía, las matemáticas y la astronomía, fue transmitido a una expectante población Italiana; de este modo la cultura y la religión bizantina sobrevivieron largo tiempo a la desaparición del Imperio. Las tradiciones y conductas bizantinas también pervivieron entre los griegos y los pueblos eslavos.


RITO BIZANTINO.

Sistema de prácticas litúrgicas usado por la Iglesia ortodoxa y diversas iglesias orientales católicas. El rito bizantino se desarrolló y perfeccionó en el imperio bizantino.


MÚSICA.

La música propia de la liturgia bizantina fue establecida en el s. IV por Basilio el Grande y san Juan Crisóstomo y otros le añadieron nuevos elementos y la desarrollaron, creando melodías nuevas y textos para himnos. Los instrumentos quedan excluidos. La teoría de la música bizantina se basa en la griega.


LITERATURA.

Entre los autores religiosos de inspiración cristiana sobresalen los Padres de la Iglesia y Juan Crisóstomo de Antioquia. La literatura teológica debate la naturaleza humana o divina de Cristo. Eusebio de Cesarea y Teodoreto son autores de historias de la Iglesia. Eudoxia escribió Cipriano de Antioquía, relato en verso considerado la primera novela cristiana. En 529, se ordenó la clausura de las academias filosóficas. Aproximadamente hacia el siglo VII quedó implantada una clara jerarquía de los géneros literarios: el filosófico-teológico se consideró el más elevado, seguido de otros géneros litúrgico-religiosos, y por último los de temas profanos.


ARTE.

Tuvo su primer período de esplendor durante 527-565 en la primera edad de oro. El arte bizantino de dividió en cuatro apartados: arquitectura, escultura, mosaico y pintura.

Arquitectura: El carácter esencial de la arquitectura eclesiástica bizantina esta determinada por elementos como: planta de cruz, griega o poligonal, cúpulas de grandes dimensiones, etc. y el empleo del mosaico como recubrimiento interior del edificio. Los principales monumentos del arte bizantino corresponden: Santa Sofía, Santa Eirene y la de los Santos Apóstoles. Los edificios se decoraron externamente mediante anchas franjas de piedra y ladrillo con alternancia de color. En definitiva, el imperio bizantino dejó importantes muestras de su arte.

Escultura: Sólo se han conservado, en su mayor parte, esculturas de mármol que datan del s. VI.

Mosaico: Los mosaicos eran de débil colorido, se oponen los de gran riqueza cromática a intensidad de contrastes, como por ejemplo los caracterizados por la representación frontal de las figuras sobre un fondo dorado. En el siglo XII, el modelado suave proporcionó un aspecto más difuso al conjunto de la representación.

Pintura: Con características como: mayor tamaño, frontalidad, ausencia del retrato e introducción del atributo y tendiendo a reproducir lo esencial.

lunes, 14 de octubre de 2013

Los grandes arquitectos italianos del Barroco

El gran período barroco, el que produjo las obras arquitectónicas más admirables, aproximadamente entre 1625 y 1675, está dominado por los nombres de tres grandes arquitectos. Pietro da Cortona (1596-1669) llegó a Roma, procedente de Florencia, hacia el año 1612. Bernini (1598-1680) era hijo de un escultor florentino instalado en Nápoles. El mismo fue, además de arquitecto, el mejor escultor de su tiempo y un pintor importante. Borromini (1599-1667) llegó a la capital pontificia procedente de Lombardía, hacia 1614, para trabajar bajo la dirección de su tío Cario Maderno y, hacia 1634, inició su obra independiente como arquitecto.

Pietro da Cortona remodeló la iglesia de los Santos Luca e Martina y construyó su fachada alrededor del año 1630. Esta fachada tiene una forma saliente, convexa, siguiendo un segmento de elipse, que permite establecer una relación con la cúpula, cosa que no hubiese sido posible con una fachada plana como las renacentistas. Hay que tener en cuenta que la relación fachada-cúpula es fundamental en esta época que considera la cúpula como un elemento casi indispensable en un edificio religioso, porque representa el cielo sobre el lugar del culto.

La curvatura elíptica de esta fachada armoniza maravillosamente con la cúpula, y para relacionar ambas aún más estrechamente, Pietro da Cortona colocó en el centro de su parte alta un pequeñísimo tímpano curvo con un trofeo decorativo que indica exactamente el lugar por donde pasa el eje que une la linterna, la cúpula y el centro de la fachada convexa. El mismo arquitecto se enfrentó con un problema absolutamente distinto al construir en 1656 la fachada de Santa María della Pace y urbanizar la pequeña plaza en la que se encuentra y las calles que confluyen a ella. Se trataba de la iglesia de la nobleza romana y era necesario cuidar con sumo interés todos los efectos visuales del conjunto urbanístico.

Para ello, Pietro da Cortona dispuso una fachada con dos alas suavemente cóncavas que hacen resaltar vivamente el organismo plástico central; éste está constituido, en su parte baja, por un pronaos curvo inspirado en el tema desarrollado por Bramante en San Pietro in Montorio, sólo que aquí las columnas están pareadas, de tal forma que crean una alternancia de intervalos anchos y estrechos. El conjunto de la fachada y la plaza produce un fantástico efecto escenográfico con su juego de líneas y superficies curvas moviéndose en el espacio.

Es curioso que estas iglesias, como la mayoría de los más hermosos templos barrocos romanos, sean edificios relativamente pequeños. Uno de los más pequeños es la obra maestra de Bernini: Sant'Andrea al Quirinale, cuyo interior elíptico sorprende, puesto que el eje menor de la elipse corresponde a la orientación puerta-altar mayor, resultando así una elipse extendida en el sentido de la anchura de la iglesia. La fachada, de 1658, hace pensar que Bernini la trazó recordando Santa Maria della Pace, que Pietro da Cortona había realizado años antes: en el centro de un muro cóncavo en forma de media elipse (que hace de contrapunto al óvalo convexo del edificio) está situado un pórtico de extraordinaria fuerza plástica.

Esencialmente consiste en un pequeño pronaos semicircular, sostenido por dos columnas, situado bajo un profundo arco flanqueado por pilastras planas y coronado por un monumental frontón triangular.
Finalmente, hay que hacer referencia a los templos de Borromini, todos característicos por su extremada tensión formal y por su originalidad que los aleja de toda herencia clásica o humanista. Por ello su autor fue denunciado por sus contemporáneos como el colmo de la extravagancia. El hecho mismo de que Borromini se suicidase por creer que no llegaba a alcanzar los valores espirituales que quería expresar por medio de la arquitectura, es una prueba más del clima inquieto y angustiado de toda su creación.

El interior de la pequeña iglesia de San Cario alle Quattro Fontane fue su primera obra (1638-1641) y su fachada (1665-1667) fue la última. La planta de este maravilloso edificio, que los romanos llaman cariñosamente San Carlina, es de lo más intrincada. Se basa en un óvalo, sobre el que se alza un espacio complicado, de gran dramatismo, coronado por una extraña cúpula elíptica. La fachada alterna los sectores cóncavos y los convexos, insertando pequeñas aberturas, flanqueadas por pequeñas columnas, dentro de espacios más amplios, flanqueados por columnas grandes.


Entre 1653 y 1657, Borromini tomó la dirección de las obras de Santa Inés o Sant’Agnese, en la Piazza Navona de Roma, cuyo interior ya había sido iniciado por los Rainaldi. La fachada que añadió Borromini presenta una graciosa disposición, con una zona central curvada y entrante, y dos cuerpos laterales salientes que avanzan sirviendo de base a los elegantes campaniles. En el centro de la fachada se levanta una cúpula sobre un alto tambor, situada sobre el plano frontal del edificio, gravitando inmediatamente sobre la puerta y no sobre el centro del espacio interior, como hasta entonces habían venido haciendo todos los arquitectos.

La continua búsqueda de formas originales del Borromini ya lo había llevado en 1642 a la utilización de paramentos curvos en la fachada del Oratorio de los Filipenses. La misma independencia creadora lo hizo lanzarse en la fachada occidental del Palacio de Propaganda Fide (1662) a combinar unos elementos macizos con otros filiformes, pilastras colosales y delicadas columnitas, flores, guirnaldas y palmas, y clásicas formas arquitectónicas.
Al siglo XVII pertenecen también las últimas obras de terminación y decoración de la basílica de San Pedro del Vaticano, que acabaron de darle el aspecto actual. El arquitecto que concluyó su interior fue Maderno, quien trazó también el proyecto de fachada. Bernini, que había construido en San Pedro unos campanarios barrocos -que sólo es posible apreciar por dibujos, pues se desplomaron- hizo también, entre otros elementos la Scala Regia, infinidad de estatuas para adornar el interior, el gran altar de bronce, con el gigantesco baldaquino, tan criticado, de 29 metros de altura, en el que se pasó ocho años trabajando.

Para levantar este gigantesco baldaquino, Urbano VIII Barberini mandó fundir el techo del pronaos del Panteón romano, que todavía se conservaba intacto. Del bronce recogido, sobró el suficiente, después de construidas las cuatro colosales columnas salomónicas, para fundir 80 cañones destinados al castillo pontificio de Sant'Angelo. El gigantesco baldaquino fue inaugurado el día de San Pedro del año 1633. El San Pedro de Maderno y de Bernini es el que se puede contemplar hoy, y el que ve todo el mundo en la inspección superficial que procura una rápida visita.

Sin un profundo análisis crítico, el visitante nada ve de la iglesia de Bramante y Miguel Ángel, sino de los escultores y decoradores barrocos, y hay que reconocer que éstos lograron un efecto de magnificencia no superado en ningún otro edificio moderno. De esta época es también la urbanización exterior de la Plaza de San Pedro, proyectada por Bernini, y realizada bajo su dirección entre 1656 y 1663, uno de los conjuntos monumentales más acertados del mundo.
La plaza forma un espacio abierto, elíptico, o más bien, circular prolongado, porque está formado por dos arcos de círculo cuyos centros están separados por un espacio de 50 metros. En medio de la plaza se levanta el antiguo obelisco egipcio del circo de Nerón, consagrado de nuevo por los Pontífices a la Majestad divina; a cada lado, dos fuentes proyectan sus hermosos penachos de agua con los que juega el viento. Un pórtico amplísimo, la famosa Columnata de Bernini, formada por cuatro hileras de columnas toscanas, rodea el vasto perímetro; en el fondo se levanta la fachada de la basílica; al otro extremo, que también debía estar cerrado, Bernini había proyectado un cuerpo monumental de columnas que se presentara simétrico a la fachada y diera ingreso a la gran plaza. Así se ve la perspectiva en las medallas y dibujos que fingen terminada la construcción de la plaza.

No sólo los alrededores de San Pedro, sino toda Roma, fueron urbanizados por los arquitectos y escultores barrocos. La Roma actual es la de los cardenales y papas de los tiempos del Barroco; cada príncipe de la Iglesia urbanizó los alrededores de su palacio con vías nuevas, plazas y fuentes. El conjunto de las tres grandes vías que, arrancando de la Piazza del Popólo, conducen al campo Marcio, al Capitolio y al Quirinal, es obra del siglo XVII. De esta época es también el conjunto monumental de la Piazza di Spagna, con su fuente llamada de la Barca, situada en el centro, y su escalera de rampas barrocas, coronada por el obelisco antiguo que domina toda la ciudad.

Iglesia de Santa María della Pace de Pietro da Cortona, en Roma.
El arquitecto recibió el encargo de convertir la modesta fachada de esta iglesia, en la soberbia composición que puede contemplarse en la actualidad. Dispuso un pórtico semicircular en la planta baja del angosto espacio y en la parte superior desarrolló el motivo de una fachada convexa. Para dar más amplitud al conjunto añadió dos alas, algo más bajas que el bloque principal, a modo de marco cóncavo que pone de relieve la contraposición de curvas. El efecto óptico total y la indivisible unidad entre las partes y el todo, son originalísimos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Arquitectura paleocristiana y bizantina (1)

En tanto que los asentamientos griegos y romanos tenían una apariencia mas compleja, las ciudades cristianas se caracterizaron por sus iglesias y solo el castillo constituiría otro “foco” de interés arquitectónico.

Surgimiento de la iglesia: A mediados del siglo IV el cristianismo había proliferado notablemente en la población romana, a la vez que el decaimiento económico y político del imperio era inminente, a punto tal, que en una maniobra por mantener la unidad política del imperio, en el año 325 Constantino reconoce al cristianismo como la religión oficial del imperio. Con ello se oficializaron los encuentros cristianos, los cuales hasta ese momento se llevaban a cavo de manera clandestina en las casas particulares de los devotos. Quizá esto produjo el acostumbramiento de los cristianos a reunirse dentro de espacios interiores cerrados, lo que hasta ese momento no había ocurrido en las demás religiones, que se reunían en espacios abiertos, en torno a tronos ofrecidos a sus dioses, sin tener acceso a ellos. Por tal motivo se hizo necesaria la construcción de recintos tendientes a posibilitar las reuniones cristianas, con lo que se dio lugar al nacimiento de un nuevo estilo arquitectónico: la iglesia. Y de hecho, mientras que los templos paganos eran entes que congregaban a los adoradores fuera de ellos, las iglesias por el contrario, constituían espacios destinados a albergar a los fieles en su interior.

Las propiedades espaciales fundamentales de la arquitectura eclesiástica primitiva fueron:

El espacio centralizado (implementado por primera vez en el panteón) en el cual el hombre se sentía protagonista del espacio y así de la arquitectura.

Los espacios longitudinales (como el de las basílicas) que le inferían a la arquitectura un carácter de recorrido.

Una pronunciada interioridad, la cual se ve definida por una profusa decoración interior, que determinaba su desmaterialización y le concedía al espacio un carácter espiritual.


El espacio longitudinal:

En el lado occidental (arquitectura paleocristiana) predominó el espacio longitudinal, dada a través de la de la forma basilical adoptada por la iglesia, lo que se debió al veloz auge vivido por el cristianismo, en contraste con su escasez económica (la cristiana era una religión muy difundida entre las clases bajas): desde un principio, los fieles romanos encontraron en la basílica un espacio ideal para realizar sus actividades litúrgicas, por lo cual adoptaron la forma de ese edificio para tal fin. En la Roma imperial este edificio era destinado a la administración pública y las operaciones mercantiles. Su forma típica es una nave larga y estrecha (cubierta con bóveda de cañón o mas a menudo conformada por una cubierta de cerchas de madera) flanqueada por naves laterales mas pequeñas, por encima de las cuales las ventanas altas iluminaban la parte central del edificio. Uno de los extremos termina en un semicírculo abovedado (ábside) en el cual se situaba el altar. Originalmente la basílica romana contenía dos ábsides, uno de los cuales fue eliminado y sustituido por la entrada y el otro paso a contener los instrumentos desde donde se impartía el culto (el altar, los asientos de los consejeros y un trono).

Por otra parte, para el hombre paleocristiano el recorrido significaba redención, y no vio una mejor disposición que la longitudinal, para encontrar dicha redención. Esto sumado a lo anterior, hizo que los cristianos primitivos vieran plasmada en la basílica, el lugar ideal para la concreción del divino acto del culto a Dios.

Las columnatas que acompañan a las naves laterales, carecen de función estructural y solo son aplicadas a fin de remarcar el movimiento longitudinal.

La luz entraba a través de pequeñas ventanas de arco, que mantenían iluminada la nave central, en tanto que las naves laterales permanecían en la oscuridad, flanqueando el recorrido central, al cual le propinaban un carácter divino, que remataba en el ábside, lugar donde se “manifestaba” Cristo.

Con el paso del tiempo se agrega un transepto al conjunto, como referencia simbólica hacia la cruz en la cual fue sacrificado Jesús.


El espacio centralizado:

Por su parte, los espacios centralizados predominan en la arquitectura bizantina (lado oriental) en donde el poderío económico es muy notorio, debido a que Constantinopla constituía un nexo comercial entre el occidente y el lejano oriente. El comercio otorgó a Bizancio un poder económico tal, que la dejó fuera de la necesidad paleocristiana de adaptar para el culto, un espacio “barato” (la basílica), por lo que se vio en la libertad monetaria de optar por una forma mas costosa, que destaque el legado imperial. Es así que en el siglo IV se adopta la planta central, cuya apariencia formal es algo parecida a la del panteón romano, en donde dicho espacio central se ve definido por la cúpula.

La iglesia bizantina era concebida como una imagen del cosmos, en donde la cúpula representaba al cielo, en tanto que las partes inferiores constituían la zona “terrestre”. El edificio bizantino no es otra cosa que la adaptación de la basílica paleocristiana, a un edificio centralizado; y como en aquellas; el centro está inundado de luz, en tanto que el deambulatorio (el equivalente a las naves laterales en las basílicas) permanece en la penumbra.

Aquí también se incorporó un eje longitudinal, pero con un rol bastante secundario en relación al protagonismo del espacio centralizado. En occidente ocurre lo mismo pero de manera inversa, por lo que en ambos casos se da una combinación o una síntesis entre la longitudinalidad y la centralización, predominando la primera en occidente y la segunda en oriente.


Interioridad:

La interioridad se manifiesta en todas las iglesias primitivas, pero especialmente en las paleocristianas, las cuales son concebidas como “mundos interiores”, cualidad la cual se ve subrayada por la articulación del interior y el somero tratamiento del exterior. El tratamiento decorativo continuo despojó a los muros de su carácter estructural y sustancial, propinándole cierta inmaterialidad celestial.

Lo que se buscaba con esto era despojar al espacio interior de su carácter terrenal, otorgándole cierto misticismo al ambiente, de modo tal que quién ingrese abandone la materialidad terrestre, para conectarse con la mística espiritual del reino celestial.

Con lo dicho vemos que la intención básica de la arquitectura cristiana primitiva (en especial la paleocristiana) era la concreción del “espacio espiritualizado” que se obtenía mediante la “desmaterialización”, es decir, mediante un tratamiento particular de la superficie y un tipo determinado de iluminación. Dicha idea se manifiesta tanto en edificios centrales (bizantinos) como en los longitudinales (paleocristianos); pero en esta última se da una combinación del espacio espiritualizado con el gran tema del recorrido de la vida entendido como camino de redención.


Constantinopla:

Con el traslado de la capital del imperio hacia Constantinopla en el año 330, se da comienzo a una nueva era histórica que representa un nuevo paso en la evolución arquitectónica. Como bien nos tiene acostumbrado el puntilloso imperio romano, el emplazamiento de la nueva capital no se da al azar, sino que responde a ciertos cánones significativos, propios de la cultura imperial romana: Constantinopla se ubica en el lugar exacto en que se unen Asia y Europa, en el punto medio entre Roma y Jerusalén, produciendo un equilibrio geográfico entre el antiguo imperio y “el nuevo pacto” cristiano. En dicha zona no solo se encuentran oriente y occidente, sino también los mares negro y mediterráneo, conformando un eje norte-sur, es decir un cardo, que corta al decumanus imperial y en cuya intersección se yergue Constantinopla.

En contraste con la rígida organización geométrica de los asentamientos romanos, la ciudad de Constantinopla se organizó topológicamente.

Constantinopla carece de la pesantez y la fuerza plástica que caracterizaron a las formas arquitectónicas romanas, en su lugar la ciudad se lee en siluetas y contornos que diluyen a las superficies desmaterializándolas, con lo que la ciudad pierde su carácter terrenal para convertirse en un espejismo, que se funde con el cielo.

Durante la primera mitad del siglo IV, bajo el gobierno de Justiniano, se inició el desarrollo que le dio a la ciudad su perfil característico, dominado por las innumerables cúpulas de las iglesias, entre las que se destaca la Santa Sofía, de la cual se hablará mas adelante.


Construcciones bizantinas:


Luego del decaimiento del imperio romano, el poderío económico es heredado por Bizancio, adonde se traslada también la cultura arquitectónica romana. Entre los siglos V y IX Europa occidental carece de grandes producciones arquitectónicas, siendo Bizancio (en función de su poderío comercial) el único punto de referencia de la época en lo que se refiere al arte de construir. En ella se dieron importantes innovaciones en la arquitectura, especialmente en la sacra.

La arquitectura bizantina se convirtió en una síntesis entre la arquitectura imperial romana y la del medio oriente. De Roma adoptaron el uso del ladrillo y del cemento, de los otros el uso de la cúpula. El mérito de los bizantinos radica en haber logrado montar a la cúpula sobre una planta cuadrada o rectangular (gracias a la aplicación de la pechina) lo que les permitió a los arquitectos bizantinos, salir de la planta circular, a la que estaban limitados los arquitectos romanos a la hora de implementar una cúpula. Esto fue posible en gran parte gracias a la evolución técnica en la aplicación del ladrillo, con el que de manera ingeniosa, se creó la pechina, la cual es una perspicaz forma geométrica que consiste en rellenar los espacios sobrantes entre el cuadrado de la planta y el círculo de la cúpula. La pechina consiste en la inserción de un cuadrado dentro de una semiesfera, el cual se proyecta en altura para conformar una especie de arcos alabeados, sobre los cuales apoya la cúpula.

Además de esto, el ladrillo también era utilizado como revestimiento interior de muros y techos, en especial en forma de mosaico.



Santa Sofía:

La obra mas destacada y representativa de este estilo es la iglesia Santa Sofía, que es considerada una de las obras maestras en la historia de la arquitectura, y fue construida por Justiniano en el 532 DC en Constantinopla.

Santa Sofía es una combinación de estructuras centrales y longitudinales: a la cúpula central se le añaden semicúpulas, las que determinan una dirección longitudinal este-oeste. A su vez, a cada semicúpula se le adosan un par de semicúpulas mas pequeñas dispuestas diagonalmente y, un ábside remata el movimiento longitudinal. El total del conjunto se circunscribe dentro de un gran rectángulo de 71 x 37 mts aproximadamente.

La cúpula principal, con un diámetro de mas de 30 mts, esta perforada en la base, por una fila de ventanas y se apoya sobre pechinas soportadas por grandes pilastras.

El interior se desmaterializa mediante la combinación de la suntuosa decoración (revestimiento continuo de paneles de mármol y de mosaicos), el espacio doble envolvente y la transparencia general; o sea la iluminación; la cual irradiaba desde el centro del cielo (la cúpula central) y embebía el interior de luz divina. Así, las formas espaciales, la luz y los colores, se originan en la cúpula central.


Conceptos generales:

En toda iglesia paleocristiana hallamos la misma búsqueda de desmaterialización e interioridad, o sea, el “espacio espiritualizado”, de modo tal que el creyente experimentaba la sensación de entrar en el cielo, cada vez que ingresaba a la iglesia.

Tal efecto se logra por medios ópticos, a través de la decoración, la iluminación y la desmaterialización real del muro en razón de la introducción de las arcadas. En la iglesia bizantina, esto último se concreta con mayor efectividad mediante el sistema del baldaquino, que provoca la genuina disolución del muro.

Las columnas han perdido su fuerza plástica, dado que sus alturas, diámetros y capiteles varían considerablemente, con lo que podemos afirmar que ya no representan ningún carácter antropomórfico específico, y simplemente se las aplica como medio para subrayar el movimiento o recorrido longitudinal.

En la basílica, el límite de la zona inferior queda oculto en la oscuridad, en tanto que de la pared superior parece irradiar la luz divina.

Los símbolos espirituales de centro y de recorrido están presentes en todas las iglesias, pero en algunos casos difieren con respecto a la arquitectura; por ejemplo: si bien el centro espiritual es el altar, raramente coincide con el centro arquitectónico del edificio. Incluso en la iglesia bizantina de planta central, el altar aparece colocado al final de un recorrido longitudinal, en donde el centro arquitectónico es un eje vertical el cual se ve definido por la cúpula celestial. En la arquitectura bizantina este eje es de primordial importancia, en tanto que el recorrido longitudinal esta menos subrayado. Lo contrario ocurre en la basílica paleocristiana, en donde el eje vertical apenas esta insinuado.

Esto se dio bajo el significado de que para alcanzar a Cristo el camino es largo y arquitectónicamente tal camino se concretó como un eje longitudinal, definiendo un recorrido de redención que lleva hacia el altar.

Mas tarde se introduce el principal símbolo cristiano, es decir la cruz, a la planta de las iglesias. Así tenemos entre los siglos V al IX, una gran cantidad de iglesias cruciformes (con transepto) dedicadas a los santos apóstoles.

La diferente selección y combinación de formas simbólicas en la arquitectura occidental y en la bizantina, deriva de la diferente interpretación de la idea de redención: para el hombre occidental la redención se da a través del camino, lo que determina el recorrido, mientras que en oriente, el mundo es concebido como un todo estático y armonioso que reposa en sí mismo “por los siglos de los siglos”. En consecuencia el centro, el círculo y la cúpula se convirtieron en las formas espaciales primordiales.-

La basílica era un edificio relativamente utilitario y de construcción sencilla, que constituía la manera mas económica de cubrir un gran espacio y dadas las apuradas condiciones económicas en que creció la iglesia en los primeros días, la forma de la basílica se convirtió en un arquetipo para la construcción de iglesias en occidente.

Con la importancia económica ganada por Bizancio, este se convierte en heredero cultural del imperio, dándole continuidad a su majestuosidad arquitectónica, la que se plasmaba claramente en las iglesias, que partiendo mas o menos del panteón, evolucionaron hasta convertirse esencialmente en las típicas iglesias bizantinas de planta central con cúpula.


San Sergio y San Baco, Constantinopla (525)

Al igual que en el Panteón, la línea de imposta de la cúpula es mas baja en el interior que en el exterior, lo que proporciona canto estructural allí donde se necesita, creando al exterior la típica cúpula rebajada bizantina.

Cuatro grandes pilares de piedra en las esquinas de un cuadrado de unos 30 m de lado, unidos por medio de pechinas, sobre la que se apoya la enorme cúpula. Este espacio central se amplía hacia el este y el oeste por adición de semicúpulas, apoyadas sobre otros pilares. En conjunto, cúpula y semicúpula forman una gran nave de forma ovalada de aproximadamente 70 m de longitud, a partir de la cual se sitúan las estructuras de menor altura que forman el nártex de entrada, las naves laterales y el ábside. Las semicúpulas y sus soportes sirven para recoger el empuje de la cúpula principal en dirección este y oeste, y cuatro grandes contrafuertes situados sobre las naves laterales sirven de soporte a los flancos norte y sur. El interior se ilumina mediante ventanas situadas en la cúpula y en los muros circundantes, con un gran despliegue de colores, gracias a los mármoles y a los mosaicos.

El contraste producido entre la riqueza decorativa y la simplicidad del diseño global, conforman una característica típica de la arquitectura bizantina.

Evolución de la planta de las iglesias

Columnatas

Ábside

Transepto

Nave central

Nave lateral

Nave lateral

Deambulatorio

El Rincón del Vago - Magdalena Itati

lunes, 18 de mayo de 2015

La Catedral Gótica

Durante siglos, la iglesia había divulgado, a lo largo de toda Europa, la idea de que Dios era lo más importante de la Vida, el principio de Todo. Los pueblos daban gracias a Dios por su bondad cuando prosperaban e imploraba su misericordia cuando sufrían una calamidad. Si esto sucedía, era que - pensaban - se habían hecho ellos mismos acreedores del castigo divino.

Durante el siglo XIII, Dios fue generoso con el pueblo de Francia y, especialmente con la ciudad de Chutreaux. No hubo guerras y la peste se mantuvo alejada. El tiempo fue clemente con los campesinos, que tuvieron suficientemente para alimentarse, y los negocios de los mercaderes progresaron. La ciudad de Chutreaux quiso dar, públicamente, gracias a Dios por tantas bendiciones y comenzó a pensar en construirle una nueva catedral.

El nuevo templo sería también un digno lugar de reposo para los sagrados restos de San Germán, caballero de la Primera Cruzad, cuyo cráneo y un índice había sido enviados pocos antes de Constantinopla por Luis IX. Reliquias similares eran veneradas en toda Europa. La construcción de una nueva catedral era, además, una idea atrayente por otro motivo. En aquella época, las vecinas ciudades de Amiens, Beauvois y Reims estaban construyendo nuevas catedrales y el pueblo de Chutreaux no quería ser inferior a ninguna de ellas, ni en lo humano, ni en lo divino.

La decisión definitiva se tomó en el año 1252, cuando un rayo daño gravemente la vieja iglesia. Así el pueblo de Chutreaux se empeño en la construcción de la iglesia más grande y más bella de toda Francia: era para gloria de Dios y poco importaba que hubieran de emplearse más de 100 años en la obra.

A pesar de que la cabeza visible de la iglesia era el obispo, el presupuesto lo controlaba el grupo de eclesiásticos que constituían el cabildo. Así fue éste el que contrató al arquitecto flamenco Guillermo de Planz, quien, anteriormente había trabajado en Francia, Inglaterra y Alemania.

El cabildo le instó para que proyectara y supervisara la construcción de la nueva catedral, y contratara los maestros de obra que debían trabajar a sus órdenes.

Entre los artesanos que colaboraron habían excavadores, picapedreros, escultores, empastadores, albañiles, carpinteros, herreros, hojalateros y vidrieros.

Cada maestro artesano estaba al frente de un taller de su especialidad. Había también muchos aprendices, que trabajaban en un oficio con la esperanza de llegar algún día a maestros. Los trabajos más duros lo realizaban los peones, es decir, hombres que no conocían ningún oficio. Unos procedían del propio Chutreaux, otros de los campos próximos y había incluso algunos antiguos cruzados.

Cada taller precisaba sus propias herramientas. Las de metal eran fabricadas por el herrero y las de madera por expertos entalladores, pero los que necesitan un mayor número de ellas eran el del maestro cantero y el del carpintero.

Guillermo se puso inmediatamente a trabajar pero tuvo que romper muchos bocetos antes de logra el proyecto del cual se mostrara plenamente satisfecho.

Lo realizó teniendo en cuenta, por una parte las enseñanzas adquiridas en sus numerosos viajes, y por otra, las instrucciones que le había dado el cabildo en el sentido de construir la catedral más grande y hermosa posible. Cuando el proyecto estuvo terminado, lo dibujo en dos grandes planchas de yeso y lo presentó al obispo y al cabildo para su aprobación. En una de las planchas había dibujado la planta, con indicación expresa de las diferentes partes. En la otra estaba representada la estructura vertical de una pared, señalando sus diferentes elementos desde el basamento hasta la bóveda.

Inmediatamente después de la aprobación del Proyecto, el maestro carpintero, sus aprendices y 150 peones fueron enviados al bosque de Chantilly, donde el maestro carpintero debía supervisar la tala de la madera necesaria para la construcción de la Viguería de la Iglesia, los talleres y la maquinaria.

Por estas fechas, el superintendente de la cantera, junto a 50 aprendices y 250 peones, se trasladó al valle del Somme, famoso por sus piedras calizas, a supervisar los trabajos de extracción. Muy cerca de la herrería se construyó un taller para los canteros, de forma que éstos pudieran reponer fácilmente las herramientas desgastadas por el uso, cosa muy frecuente. Los peones, por su parte, ayudaban a los canteros en la extracción de los gruesos bloque de piedra. Estos eran después tallados, cincelados y martilleados de forma que se correspondieran con los modelos o escantillones entregados por el maestro de obras. Cada bloque era marcado tres veces; una, para indicar su lugar de colocación en la catedral; otra, para señalar la cantera de procedencia y otra para indicar el nombre del cantero que había tallado la piedra y pagarle, también a él en consonancia con el trabajo realizado.

El 24 de mayo de 1252, los obreros comenzaron a allanar el terreno destinado a la nueva catedral. Las ruinas de la antigua catedral fueron totalmente demolidas, a excepción de la cripta, donde estaban sepultados los primeros obispos de Chutreaux. Puesto que la nueva construcción debía ser mucho más grande que la procedente, fueron demolidas también algunas casas y un ala del palacio episcopal. Una vez allanada la parte oriental, se señalizo con estacas la posición del ábside y del coro.

Se construyeron barracones en donde los obreros pudieran comer, descansar e, incluso, trabajar en los días de mal tiempo. Se dispuso asimismo una nueva fragua para la construcción de los útiles metálicos necesarios. Por fin, los obreros comenzaron la excavación de los cimientos. Estos debían constar de gruesos muros de ocho metros de profundidad, suficientes para sostener todo el peso del edificio sin desnivelarse.

Para la construcción del techo se trajeron de Escandinavia gruesos troncos de madera de cerca de 18 metros de longitud. Pronto, comenzaron a llegar al puerto de Chutreaux los primeros envíos de madera y piedra, ya que el transporte por barcazas a través del río resultaba mucho más practicables que por vía terrestre. La descarga de tan pesado material se realizaba por medio de grúas y árganas, que, previamente, habían fabricado apropósito los carpinteros. Después, se transportaba en carros especiales hasta los talleres a pie de obra.

A mediados de noviembre se habían terminado de excavar los cimientos del ábside y del coro.

Una vez concluidos los cimientos, se comenzaron a levantar los muros. Los muros de una iglesia gótica, están constituidos, en lo fundamental por los pilares o columnas que sostienen la bóveda.

El espacio que queda entre los pilares está ocupado en su mayor parte por los maineles, y por la mampostería. Los pilares del coro, de cincuenta metros de altura y casi dos de grosor, fueron construidos con cuentos de bloques de piedra perfectamente tallados. Los maineles tallados según el modelo indicado en los escantillones, ya preparados anteriormente, se montaban conforme se construían los pilares.

Para la obra de mampostería se levantaban dos muros paralelos de piedra que, posteriormente, se rellenaban con una mezcla de argamasa y grava, ya que su construcción exclusivamente con piedra habría resultado demasiada cara.

Para resistir los empujes laterales de la cúpula, era necesario construir unos contrafuertes que sirvieran de refuerzo para los pilares. Su unión con éstos se hacía por medio de unos arcos de piedra, que recibían el nombre de arcos rampantes o arbotantes. Este sistema, al descargar los empujes laterales de la cúpula sobre los contrafuertes, permitía la erección de pilares esbeltos que dejaban abundante espacio libre para la apertura de huecos.

A medida que los muros ganaban en altura, se hacia necesaria la construcción de andamiajes. Estos se montaban con vigas atadas entre si. Sobre ellos se instalaban pequeños montacargas, a base de poleas, para izar los bloques de piedra y la argamasa. También se instalaban plataformas de trabajo o andamios de cañizo, a fin de que pudieran ser fácilmente trasladados de un sitio a otro.

La dificultad d hallar vigas suficientemente largas y el elevado costo de su obtención obligaban a encajar el andamiaje en los muros, sin tocar el suelo, y a irlo subiendo conforme avanzaba la construcción. Para llegar hasta él, no eran necesarios escaleras, puesto que los propios muros llevaban alojadas numerosas escaleras de caracol, hechas de piedra, que formaban parte de la estructura.

Para la edificación de los arbotantes se fabricaron unas cimbras provisionales de madera, destinadas a sostener las piedras del arco hasta que la argamasa se endureciera y cementasen entre sí. Las cimbras se construían en el suelo y después se hasta su sitio, fijándolas al pilar y al contrafuerte.

Durante el verano del año 1270 se terminaron las capillas del ábside y la mayor parte de los pilares y de los contrafuertes del coro. Asimismo, ya habían sido colocadas la mayor parte de las cimbras.

Durante el mes de noviembre, como en todos los inviernos precedentes, se cubrió la mampostería con paja y estiércol, para impedir quebrantara la cal antes de que fraguase. Durante el invierno, muchos albañiles regresaban a sus hogares, puesto que mientras durase la estación fría no podía preparase la argamasa. Otros trabajos, sin embargo, no se interrumpían, ya que, apoyados sobre los muros del coro, se habían levantado una serie de talleres y cobertizos provisionales, ocupados principalmente por los picapiedros y escultores, quienes tallaban tracerías y capiteles o esculpían figuras, a la espera del regreso de los albañiles en la primavera.

Los muros del coro estaban formados por tres partes claramente diferenciados entre sí. En primer lugar, la arcada de pilares, que alcanzaba una altura aproximada de 24 metros. En segundo lugar, el triforio, fila de arcos, de unos seis metros de altura, dispuestos delante de un estrecho corredor. En tercer lugar, los ventanales, galería de ventanas de unos 18 metros de altura que casi tocaban el techo.

Entre los años 1270 y 1275 se concluyeron los muros del coro y de las naves laterales, y se comenzó a trabajar la cubierta.

Para la construcción de la cubierta se emplearon grandes armazones triangulares de madera o de cerchas. Habían sido montadas anteriormente en tierra por los carpinteros, mediante un ingenioso sistema de ajustes que daba al conjunto una gran solidez. Después que el maestro carpintero diese el visto bueno a cada armazón, éste era desmontado cuidadosamente e izado, pieza a pieza, hasta el lugar donde debiese construirse la cubierta. Inmediatamente después, se procedía a su montaje y se reforzaban los ajustes mediante unos pasadores de madera de encina, ya que, en la construcción del armazón de la cubierta, no solía emplearse nunca clavos de hierro.

Las vigas de madera se izaban hasta la cubierta mediante un sistema de poleas fijado al andamiaje.

Sobre las vigas maestras se colocó un cabrestante que facilitó enormemente todo el trabajo de subida de madera destinada a la consolidación de cerchas.

Entre tanto, abajo, los hojalateros preparaban las chapas de plomo destinadas a cubrir y proteger la madera de las inclemencias atmosféricas. También fabricaban los tubos de desagüe y las canaleras. Por su parte, canteros y escultores se afanaban en la construcción de canaleras de piedra y gárgolas. Estas eran una s figuras de apariencia monstruosa, que se colocaban en los contrafuertes y estaban preparadas en su interior para recoger el agua proveniente de las canaleras; cuando llovía, expulsaban un gran chorro de agua por la boca.

Las gárgolas se unían con las canaleras de la cubierta mediante unos canales de desagüe que corrían por encima de los arbotantes. Las vigas del techo fueron cuidadosamente con pez para protegerlas.

Por último, se colocaron planchas de plomo, poniendo especial cuidado en no dejar ningún resquicio por el que el agua pudiera penetrar y dañar la estructura de madera de la cubierta.

En el año 1280 el coro estaba ya listo, para que comenzasen las obras de construcción de la bóveda; se iniciaron también los trabajos de cimentación del crucero. Mientras tanto, Guillermo, que ya no estaba en condiciones de supervisar continuamente la obra, había sido sustituido por Roberto de Cormont.

Para izar hasta el tejado el mortero y las piedras necesarios para la bóveda, fue necesario recurrir a dos instrumentos: el árgano y la gran rueda.

El árgano o cabrestante, utilizado ya antes para alzar las vigas de los techos, fue empleado para subir la rueda. Esta era lo bastante grande para permitir a uno o más hombres estar dentro de pie. En su centro, había un eje al que se fijaba una soga. Si un hombre comenzaba a andar dentro de la rueda, ésta giraba envolviendo la cuerda en torno a su eje. De este modo, podía elevarse, con un mínimo esfuerzo, cargas muy pesadas.

Para construir la bóveda se levanto un andamiaje de madera de 40 metros de altura, entre los dos muros del coro. Después se procedió a la colocación de unas cimbras similares a las que se habían empleado en la construcción de los arbotantes. Su misión era la de sostener las aristas o nervios de piedra de la bóveda hasta que se secara la argamasa. Solo entonces estarían los nervios en condiciones de sostener el techo.

El obispo de Chutreaux murió cuando se estaban colocando las cimbras de la bóveda. En señal de duelo, se interrumpió el trabajo durante siete días. Fue enterrado el día 14 de noviembre de 1821, 28 años después del comienzo de las obras.

Después de un solemne funeral, sus restos mortales recibieron sepultura en la antigua cripta. El 21 de septiembre, Rolando de Clermont en el nuevo obispo de Chutreaux.

Al reanudarse el trabajo se concluyó los arcos rampantes del coro y se prepararon las cimbras para empezar a colocar las primeras de las aristas de la bóveda.

A principios de mayo de 1302 estaban terminados el crucero y su bóveda. Como era la Fiesta del Primero de Mayo, todos abandonaron el trabajo para asistir a las solemnes celebraciones religiosas y acudir después a la feria.

Entre tanto, los vidrieros habían comenzado ya a construir las hermosas vidrieras de colores que debían adornar los grandes ventanales. El vidrio lo fabricaban a partir de una pasta compuesta de arena lavada y ceniza de haya, fundida a gran temperatura. Después de colorear adecuadamente la pasta con polvos metálicos tomaban una bola de vidrio fundido en el extremo de una caña hueca y, acto seguido, comenzaban a inflarla como si trataran de un globo. Después, imprimían hábiles y rápidos movimientos rotatorios a la caña hasta convertir el globo en una superficie circular. Entonces se desprendía ésta de la caña, se recalentaba y se terminaba de alisar convenientemente sobre una mesa dispuesta a propósito de esta operación. El patrón que se empleaba para dar forma al vidrio estaba previamente dibujado sobre una mesa especial, por lo que resultaba relativamente fácil cortar el vidrio con arreglo al modelo desead, gracias a su transparencia.

A mediados del verano de 1338 se colocaron las últimas esculturas en sus respectivas hornacinas. La obra estaba terminada. El 19 de agosto, el obispo y el cabildo precedieron una solemne procesión que recorrió las estrechas callejas de Chutreaux hasta llegar a la nueva catedral. La población entera se reunió para participar en la solemne ceremonia de acción de gracias.

Enormes pendones de colores colgaban de triforio y todos los candelabros de los pilares estaban encendidos. Cuando el coro comenzó a cantar, todo el edificio se inundó de notas melodiosas, y el pueblo compuesto por aquellos que comenzaron los cimientos se sintió lleno de alegría y emoción.

Durante ochenta y seis años, los ciudadanos de Chutreaux habían perseguido un objetivo y, fiablemente, lo habían alcanzado: habían construido la catedral más larga, más ancha, más alta y más bella de toda FRANCIA.

Catedrales Góticas


Fuente: El Rincón del Vago (Usuario: Daniel)

Los inicios del Gótico

El coro y el nartex de la iglesia abacial del monasterio benedictino de Saint-Denis en París, de los años 1140 y 1144, son los primeros y mas importantes ejemplos de este movimiento. El encargo fue del Abad Suger 1081-1151, uno de los mas insignes mecenas en la historia de la civilización francesa. Fue primer ministro de Luis VI y Luis VII y, en cierto modo cofundador de la monarquía centralista que habría de alcanzar el punto culminante con el reinado de Luis XIV. La abadía de Saint-Denis, era el ámbito físico donde recibían sepultura los reyes pertenecientes a la dinastía de los Capetos (la dinastía reinante desde finales del siglo X hasta el comienzo del siglo XIV) y con su suntuosa construcción, Suger asentó automáticamente un símbolo de importancia nacional.

La dinámica personalidad del abad queda patente en sus dos fascinantes informes sobre la abadía de Saint-Denis y en todo lo que hizo para transformar arquitectónicamente. Según el informe de Suger la antigua iglesia Carolingia estaba a punto de derrumbarse y, además, era demasiado pequeña para las peregrinaciones que la visitaban para venerar las reliquias allí custodiadas. Entre estas reliquias estaban las de San Dionisio, Patrón de toda Francia, y sus compañeros. Suger hizo construir en el Oeste un atrio con torres gemelas y un rosetón en el centro de la fachada. La combinación de fachada con doble torre y rosetón, probablemente no había existido, aunque la edificación Oeste correspondía casi totalmente a la iglesia normando-románica de Saint-Etienne en Caen. Los pasos decisivos hacia una nueva arquitectura los dieron en el deambulatorio de la abadía Suger y su arquitecto cuyo nombre desconocemos.

La novedad que se introdujo consistió en la supresión de los muros de separación que fueron sustituidos por esbeltas columnas, de tal modo que los espacios se sobreponían fluyendo unos sobre otros en un juego de luz y sombras y creaban con ello esta expansión vertical, que representa el espíritu gótico por oposición al románico. Sabemos que esta no es solo la impresión del actual historiador del arte, puesto que el propio Suger se manifestó de manera parecida sobre sus “capillas de forma circular, en medio de las cuales resplandece toda la iglesia en una luz maravillosa e ininterrumpida de infinitos claros ventanales que atraviesa la bellaza interior”. Prosigue el abad explicando que el nuevo coro “se ennoblece” con la belleza de la amplitud y la longitud y que “ el centro del edificio fue realzado repentinamente por doce columnas… así por el mismo numero de columnas en las naves laterales”.

La importancia de la luz es, como queda claro en las explicaciones de Suger , factor fundamental en la estética gótica. Sobre el atrio y el coro que añadió a la nave carolingia en las partes occidental y oriental, Suger escribía: “Una vez unida la nueva parte posterior a la parte anterior, la iglesia iluminada resplandece también en su parte central. Pues brilla lo brillante y une lo que brilla y la clara construcción resplandece iluminada por la nueva luz”. Suger extrajo su concepto de Dios como la “luz mas importante” de las obras de Juan Escoto y de las atribuidas a “Dyonisius” que mas tarde recibió el sobrenombre de Seudo-Areopagita. Primero se pensó (erróneamente) que se trataba del propio San Dionisio, apóstol de los Galos. Dionisio había enlazado las enseñanzas cristianas con la filosofía neoplatónica del escritor Plotino, que vivió en el siglo III. Este basaba el núcleo de su argumentación en que todas las manifestaciones del ser, incluida la belleza parten del “uno” y de “Dios”. En cuanto a Dionisio, escribió: “Esta piedra o aquel trozo de madera son para mi una luz”, ya que todas las cosas visibles son “Luz material” que reflejan la luz infinita de Dios. Con todo ello Suger pudo ornamentar suntuosamente su amor, haciendo objetos brillantes como relicarios, tallas, orfebrería, vidrieras y mosaicos; eran los medios que conducían sus pensamientos del mundo material al espiritual, en tanto que el se sumergía en su resplandor como en un trance, en una concentración hipnótica.

El coro de Saint-Denis es uno de los primeros y más importantes ejemplos del empleo suntuoso de vidrieras en espacios interiores góticos, sobre todo con motivo figurativo. En el mundo gótico de Suger estas ventanas jugaban un doble papel; por una parte servían como objeto de toma de conciencia y por otro, creaban una luz ardiente, misteriosa, sobrenatural, que ofrecía en el escenario adecuado para la meditación religiosa y las experiencias ascéticas. No cabe la menor duda de que Suger reaccionaba de manera poética y sobrenatural a la luminosidad de los colores y al brillo de los oficios religiosos católicos. El católico de la edad media quería que le fueran recordadas las verdades de su religión a través de todo lo que había aparecido en su vida.

Si nos hemos ocupado tan detalladamente del abad Suger no solo ha sido por la importancia de su persona, sino también porque innumerables visitantes y constructores de iglesias de toda la edad media vieron las obras y su decoración conforme la misma luz que él. El hecho que un promotor de arte y arquitectura de la categoría de Suger escribiera un tratado sobre sus proyectos y resultados no tiene precedentes.

jueves, 17 de octubre de 2013

El mosaico y la pintura tras la crisis iconoclasta

Más que la arquitectura, el verdadero arte nacional bizantino fue la pintura. Así como en la antigüedad clásica, griega y romana, las estructuras marmóreas de los grandes templos se decoraban con relieves y esculturas, las paredes y cúpulas de ladrillo de este arte griego cristiano de la Edad Media se revestían con decoraciones policromas de mosaico, y si no podían ser de este material rico, con frescos y pinturas. Para las composiciones religiosas, los pintores disponían de repertorios facilitados por los monjes, donde se les indicaba el lugar que debía ocupar cada personaje.
Se conservan dos tratados de la pintura, y en ellos está precisada la manera como se representarían las escenas del Antiguo Testamento, las doce fiestas mayores, los Concilios o escenas de las vidas de santos. Por esta causa, la serie de tipos bizantinos parece que debería ser de lo más fijo y matemático de la Historia del Arte, porque no sólo se disponía litúrgicamente la composición de cada escena, sino también el lugar que debía ocupar en el conjunto decorativo de la iglesia.

Así, por ejemplo, en el ábside descollaba la figura gigantesca del Pantocrátor o Todopoderoso bendiciendo y con el libro en la mano, donde estaban escritas las palabras del Señor: Yo soy la luz del mundo. Esta figura, a veces, es sustituida por la Virgen sentada en un trono, pero con el Niño en los brazos. A cada lado, dentro de la iglesia, escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento iban en orden correlativo, para facilitar la enseñanza de su contenido a los fieles que ocupaban la nave.

La pared del fondo, en el interior de la fachada era el lugar más a propósito para el cuadro del Juicio Final, y en las paredes laterales de las naves menores se desarrollaban las hileras de santos de la Iglesia griega, cada uno con su fisonomía característica. Es interesante observar allí los rostros ascéticos e inmóviles de los santos caballeros Jorge, Demetrio, Néstor y Teodoro, vestidos con el uniforme de las milicias imperiales; los santos padres y confesores, con los largos mantos de los sacerdotes bizantinos, mientras los Apóstoles llevan aún la toga de los filósofos antiguos: unos, como Pedro, Pablo, Juan y Andrés, barbudos siempre; otros, como Tomás y Felipe, siempre imberbes.
En las pechinas de las bóvedas iban grandes serafines de múltiples alas, mientras en lo alto, dentro de las cúpulas, una faja formada por los profetas rodeaba la mano del Sumo Hacedor saliendo de una nube. Este es el repertorio clásico de los primeros tiempos del arte bizantino anterior a la querella iconoclasta, con predominio del elemento teológico sobre el piadoso o devocional; después se dio más importancia a los episodios evangélicos y aun a las vidas de los santos. Entre estos dos períodos -el teológico y el piadoso- hay que intercalar la época iconoclasta, durante la cual no se permitió en absoluto ni aun la representación de las personas divinas.

Después de la querella de las imágenes, con el renacimiento pictórico que siguió a la represión, los artistas se lanzaron con ímpetu cada vez mayor a restaurar y reproducir los antiguos iconos.

Los mosaicos fueron librados de su sudario de cal, y los frescos repintados. Pero ya no se pintó con el mismo estilo hierático y teológico de antes: se trató a las santas personas con nueva familiaridad, porque los artistas habían sufrido tanto como los iconos durante la persecución, ya que muchos habían sido mutilados o desterrados. Además, se permitieron nuevos asuntos, más íntimos, más personales. Así como en el período anterior a la persecución iconoclasta el que podría llamarse protagonista de la pintura bizantina fue el Redentor, Salvador, Sóter, después de la persecución la predilecta es la Madre, la Matertoi, la Teotokos.

Los episodios de la vida de la Virgen son las que usurpan el lugar destinado a las composiciones bíblicas. Las tiernas escenas del episodio de Joaquín y Ana, de la Presentación en el Templo, la Visitación y la Anunciación acaban por prevalecer sobre las escenas de la Pasión y Resurrección. El repertorio de la vida de María estaba enriquecido por los Evangelios apócrifos, sobre todo el Protoevangelio atribuido a San Jaime, verdadera novela mística llena de milagros y aventuras sentimentales.

Pero aun dentro del terreno teológico, se imaginó para la Madre un servicio más humano y terrenal que el que le asignaban anteriormente. Antes de la querella iconoclasta, María con el Pródromos o Precursor, ya en la Gloria, intercedían por los pecadores. Ambos, la Madre y el Precursor habían sido los primeros en reconocer al Mesías; era justo que Jesús les concediera atención especial en el Paraíso. Así, la Madre y el Pródromos son los que están más cercanos al Cristo en la Gloria. Los doctores bizantinos no se contentaron con esta intercesión permanente y regular de María, sino que concibieron algo más profundo y sublime: la oración al pie de la Cruz, cuando Jesús, ya consumado el sacrificio, y por consiguiente realizado el acto de la Redención, todavía está vivo. Crucificado y exangüe, abre los ojos para escuchar la súplica de su Madre y el Discípulo amado por la humanidad doliente. Es lo que se llama la Deesis, o perfecta plegaria, la oración al Hombre Dios todavía aquí en la Tierra..., y realizada por la Madre y Juan, los únicos que le permanecieron fieles en el Calvario.

Al mismo tiempo, cual floresta espesa, crece la hagiografía pictórica o escenas de las leyendas del santoral. Desde luego son los santos de la Iglesia griega los que procuran los temas preferidos. Para empezar, los cuatro santos principales: San Basilio, San Juan Crisóstomo y los dos Gregorios; pero, además, se concede gran atención a los mártires y confesores de Oriente y Egipto. Es interesante seguir la evolución de los estilos de pintura después de la querella iconoclasta. Se van añadiendo a las composiciones fijadas de antemano elementos anecdóticos, figuras secundarias, comparsas que llenan las escenas hasta hacer difícil reconocer su necesidad dentro de los cánones pictóricos. Las figuras se alargan y retuercen. Se ve que el artista, falto de libertad para ordenar la composición, tiene que encontrar un desahogo natural en la violencia de los gestos. Las santas personas gesticulan en lugar de hablar; se agitan en vez de moverse.

En realidad, no resulta exagerado afirmar que, bajo los Paleólogos, la pintura religiosa bizantina experimenta un verdadero renacer durante el siglo XIV, que se revela en los frescos que decoran, en Mistra, la iglesia de la Peribleptos, o, en Constantinopla, el templo de Kariye-Cami, con su dinámica y mayestática representación del Descenso al Limbo.

Esta versión de la Anastasis, pintada hacia 1310 en el ábside del paraclesion (capilla funeraria aneja a la iglesia principal) es una obra maestra de la pintura de todos los tiempos, comparable a los frescos de Giotto, en Padua, que son casi contemporáneos. Los mosaicos que recubren el interior de la Kariye-Cami y los dos nártex que la preceden, de gran calidad, son también obra de principios del siglo XIV.

En cuanto al repertorio de los pintores laicos, destacan, en las estancias del Palacio Imperial, las escenas históricas, los retratos y las florestas o jardines con ramajes. Entre las decoraciones civiles del palacio debieron de figurar asimismo escenas del hipódromo, al cual los bizantinos habían heredado la afición de los antiguos romanos, así como cacerías, cual las que decoraban los edificios de los magnates persas de Oriente.
A falta de ejemplares monumentales de este tipo, hay que imaginárselos por las descripciones literarias, y hasta a veces son las miniaturas de los libros las enseñan algo de lo que eran aquéllos. Así, por ejemplo, las escenas pintadas en el tratado de Nicandro acerca de las plantas venenosas ilustran sobre las decoraciones con jardines, y la crónica miniada de Skylitzés, de la Biblioteca Nacional de Madrid, da idea del tipo de las pinturas de historia, con sus batallas y escenas de las guerras civiles.

Se comprende que los emperadores y patricios bizantinos gustaron intensamente de libros enriquecidos con imágenes. Los Evangelios, el Octateuco y los Salterios debían de tener repertorio fijo, ya que casi siempre eran escogidos los mismos asuntos y siempre estaban representados del mismo modo. Se conservan seis manuscritos bizantinos del Octateuco con miniaturas: dos se hallan en el Vaticano, uno en Florencia, otro en Esmirna, otro en la Biblioteca de Topkapi, en Constantinopla, y otro en el monasterio de Vatopedi, en el monte Athos. Todos reproducen los mismos temas, dispuestos en el mismo orden.

También se ilustró con profusión el Salterio o libro de los Salmos, en los cuales se intercalaban pinturas con escenas de la vida de David, con alegorías místicas de los combatientes y la beatitud del alma sedienta de amor. Tanto los Evangelios como los Salmos son ilustrados con arreglo a dos tipos o series de imágenes. Unos tienen miniaturas de todo el ancho de la página; otros, sólo viñetas marginales. Estos últimos son los que usaba preferentemente el pueblo. Después de estos libros bíblicos, los más notables manuscritos de carácter religioso fueron los santorales, llamados menologios. Algunos son de dimensiones descomunales; libros imposibles de manejar como volúmenes de uso diario. Eran más bien galerías de imágenes, donde el texto iba a manera de complemento casi innecesario. La vida de aquellos santos, con todos los detalles de sus penitencias y milagros, la sabían de memoria todos los bizantinos. Algunos manuscritos, dedicados a personas principales, van precedidos del retrato del posesor, y tales miniaturas son casi la única fuente de información para imaginarnos el parecido de muchos grandes capitanes y princesas notables de Bizancio.

Respecto a los pintores de iconos, de mosaicos o iluminadores de manuscritos, se han conservado pocos nombres y muy pocos detalles biográficos, excepto de los que perecieron como mártires durante la persecución de artistas y pinturas. En el meno-logio o santoral del propio emperador Basilio II, las grandes miniaturas van firmadas por ocho artistas diferentes, dos de los cuales se titulan de las Blaquernas, esto es, pintores del Palacio Imperial, donde habría un scriptorium, o taller de manuscritos. Cada artista conserva su estilo.

Las ilustraciones de los santorales bizantinos, o menologios, presentan el curioso detalle de repetir bastante a menudo en el fondo el mismo cuadro arquitectónico, como si fuera un telón, y aun a veces se repiten las arquitecturas de los lados, las cuales avanzan a modo de bastidores. Esto ha hecho creer que lo que pintaban los miniaturistas eran escenas de teatro o de representaciones semiteatrales, de misterios. Hay referencias a estas representaciones de carácter religioso en Constantinopla; más todavía: se han conservado los argumentos que puntualizan el orden de las escenas de cinco de ellos, pero no hay ningún manuscrito con el libreto completo, y quedan dudas de si, realmente, podría llamarse a estos misterios bizantinos obras teatrales.

En las miniaturas de las Homilías, de cierto monje Jaime o Jacobo, se ha creído ver la corte entera representando en los salones del Palacio Sagrado escenas de la vida de Jesús y de la Virgen. Esta promiscuidad de los jefes de Estado y su corte con las divinas personas no debe extrañar al cabo de ocho siglos de civilización puramente eclesiástica. En un manuscrito de las Homilías de San Gregorio Nacianceno que perteneció a Basilio II, siempre que hay que representar a Jesús aparece con la cara del monarca.


Obras del arte Etrusco


Fuente: Historiadelarte.us